El ser humano desde pequeño
genera unas expectativas sobre las relaciones con los demás y con el
mundo que le rodea, basándose en las experiencias que va acumulando
en su relación con las personas y con su entorno. Poco a poco irá
elaborando unos "esquemas o estructuras mentales" sobre
cómo funciona el mundo, qué cosas o personas son importantes,
cuales son las emociones que suele experimentar en cada situacion y
con cada persona, etc. Estos esquemas mentales facilitarán
enormemente la vida y el aprendizaje de la persona desde su más
tierna infancia y le aportarán una sensación de estabilidad y
control sobre su entorno.
A lo largo de toda nuestra
vida continuaremos añadiendo información, reformulando y dotando de
una mayor complejidad estas estructuras en función de nuestras
experiencias vitales.
Como decimos, de esta forma
vivimos con una confortable sensación de seguridad, pensamos que
controlamos en gran medida nuestro entorno cercano y en ocasiones se
genera una falsa sensación de invulnerabilidad, es decir, creemos
que no nos ocurrirá nada que perturbe en exceso nuestro
"microuniverso".
Obviamente esta ilusión no es
real y tarde o temprano nuestra preciada sensación de seguridad se
verá quebrantada por la pérdida o desaparición de una o varias de
las cosas, situaciones o personas con las que se ha establecido una
importante vinculación emocional. Cuando esto ocurre aquella
sensación de invulnerabilidad desaparece y toda la estructura de
seguridad y control sobre nuestro entorno se tambalea.
En estas circunstancias, el
ser humano experimenta un considerable dolor emocional que variará
en función de las características de la pérdida (vinculación,
forma de ocurrencia, si es definitivo o temporal, etc.) Al proceso
psicológico que ocurre desde que se tiene conocimiento de la pérdida
hasta que se reorganizan las estructuras mentales y la persona vuelve
a establecer su sistema de seguridad se conoce como "duelo".
Tradicionalmente
se ha entendido
el duelo como un proceso que sigue unas fases, que van desde el
inicio a la resolución del mismo. Estas fases son un proceso y no
secuencias o etapas fijas y existen fluctuaciones entre ellas. Dado que la estructura mental
de cada persona es diferente así como su forma de vincularse a las
personas, objetos, situaciones, etc, el modo de adaptase y
recuperarse tras una pérdida importante también será diferente. Por lo tanto, su forma de experimentar estas etapas difiere mucho entre las personas.
- Fase de aturdimiento: El shock es un mecanismo protector, da a las personas tiempo y oportunidad de abordar la información recibida, Es como un sentimiento de incredulidad; hay un gran desconcierto. La persona puede funcionar como si nada hubiera sucedido. Otros, en cambio, se paralizan y permanecen inmóviles e inaccesibles. En esta fase se experimenta sobre todo pena y dolor.
- Fase de anhelo y búsqueda. En la medida en que se va tomando conciencia de la pérdida, se va produciendo la asimilación de la nueva situación. La persona puede aparecer inquieta e irritable. Esa agresividad a veces se puede volver hacia uno mismo en forma de autorreproches, pérdida de la seguridad y autoestima.
- Fase de desorganización y desesperanza. una vez que se toma conciencia de la magnitud de la pérdida comienzan a aparecer los sentimientos depresivos y la falta de ilusión por la vida. Se experimenta una tristeza profunda, que puede ir acompañada de llanto incontrolado. La persona se siente vacía y con una gran soledad. Se experimenta apatía, tristeza y desinterés.
- Fase de reorganización. Se van adaptando nuevos patrones de vida sin la persona (o situación) perdida, y se van poniendo en funcionamiento todos los recursos de la persona. Se comienzan a establecer nuevos vínculos hasta que finalmente el individuo vuelve a vivir sin dolor. Puede hacer planes de futuro, recordar aquello que perdió sin dolor.
Que una persona atraviese estos estados emocionales ante una pérdida importante es algo totalmente normal, Sin embargo, para conseguir atravesar todas las fases y superar la pérdida es necesario enfrentarse al dolor, afrontar plenamente la realidad, expresar y sentir las emociones por muy dolorosas que puedan resultar y realizar esfuerzos por adaptarse a la nueva situación tras la pérdida. No se trata de olvidar a la persona (objeto o situación) perdida, sino de encontrar su lugar psicológico que nos permita establecer nuevos vínculos.
Se considera que un duelo está resuelto cuando la persona es capaz de pensar en el o la fallecida sin dolor, lo que significa que consigue disfrutar de los recuerdos, sin que estos traigan dolor, resentimiento o culpabilidad. Sin descartar que pueda sentirse triste de vez en cuando, pero las acepta y además consigue hablar de esas emociones con libertad. Otro signo del duelo resuelto es cuando la persona recupera el interés por la vida, cuando se siente más esperanzada, cuando experimenta gratificación de nuevo y se adapta a nuevos roles. Cuando la persona puede volver a invertir sus emociones en la vida y en los vivos.
- Si te encuentras en este doloroso proceso y necesitas ayuda para convivir con las emociones y superar estas etapas,
- Si te encuentras estancado en alguna de ellas y no consigues pasar a la siguiente
- Si llevas más de un año y aún no has superado la pérdida
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