La adolescencia, a pesar de ese halo de inquietud e inseguridad que transmite a los adultos, tan solo es una etapa en el desarrollo evolutivo que todos y todas hemos atravesado irremediablemente para convertirnos en adultos.
Quizá cuando nos encontrábamos inmersos en ella no nos parecía algo importante, es más, con gran probabilidad nos considerábamos personas adultas con más capacidad que cualquiera para llevar a cabo cualquier acción o pensamiento que pudiésemos imaginar.
Sin embargo, en la actualidad existen programas de televisión, libros, escuelas de padres, y un sin fin de recursos que nos orientan sobre la mejor forma de afrontar la relación con un adolescente, ya que esta se presume complicada y tediosa.
A pesar de que en esta edad se perciben como adultos y dan un gran valor a sus ideas y preocupaciones, para los demás la realidad es bien diferente, los consideran inmaduros y centrados en sí mismos, lo que suele provocar un importante desencuentro.
¿Qué
les ocurre en esta etapa?, ¿cómo piensan y se sienten?, ¿porqué
se comportan del modo en el que lo hacen?.
Para ponerse en la piel de un adolescente es necesario tener en cuenta algunos cambios por los que atraviesan en estos años. Por
un lado se producen cambios físicos y hormonales que acaban
transformando el cuerpo de un niño o niña en el de una persona
adulta. Además el cuerpo humano no crece de forma armónica y ordenada, aspecto que sin duda, provocará una excesiva preocupación por su imágen
externa, puede generar grandes dosis de incertidumbre y en algunos
casos supone un duro varapalo para la autoestima.
Por
otra parte, comienzan a disponer de la habilidad para pensar como un
adulto, entienden con mayor profundidad conceptos abstractos, valoran un mayor número de dimensiones en los problemas y su razonamiento ético y moral es mucho más avanzado. En esta etapa se acaba de forjar su identidad personal y sexual. Deben decidir que tipo de persona quieren ser y para conseguirlo realizarán
diferentes pruebas hasta conseguir un ajuste que culminará con la
formación de su propia identidad y del sistema de normas y valores
que seguirán en el futuro. Por si no fuese suficiente, deberán tomar algunas de las
decisiones más importantes en su vida, como son la búsqueda de
pareja, qué profesión desempeñarán o en qué lugar vivirán.
Debido
a la tremenda importancia de la formación de la identidad, muchas de
las experiencias y relaciones vividas en esta época se recuerdan de
forma especial y acaban trascendiendo a esta etapa. Prueba de ello es
que, en muchas ocasiones, las amistades consolidadas en este periodo
son más valoradas que las forjadas en otras épocas o que
nuestra música preferida esté relacionada con la que más nos
gustaba durante nuestros años de juventud.
Estos
y otros cambios hacen que la adolescencia sea vivida por sus
protagonistas como una época turbulenta y de gran tensión que
acaban transmitiendo a las personas que se relacionan con frecuencia
con ellos.
Aunque no lo parezca, durante estos años necesitan del apoyo y orientación de los adultos, de un sistema de reglas y valores coherentes que les sirva de punto de referencia cuando se encuentren perdidos así como grandes dosis de paciencia y comprensión.